jueves, 18 de septiembre de 2008

Cuando ya no esté


CUANDO YA NO ESTE



Cuando yo me marche, alegre o triste,


resignada a susurrar la materia,


a dejar mi recuerdo, mis pertenencias,


no me llores ni me retengas.



Un solo sentimiento me acongoja


y es haber preguntado el gran secreto


el por qué el para qué…


soñar y sentir para luego partir.



Ya no recelo, ya no pregunto,


cerraré los ojos y partiré.


No me retengas, no me solloces.


La resignación manará esperanzas.



La mariposa fluye del capullo


para volar cuan cielo azul.


Otras mariposas volarán


dejando sus capullos en reposo.



No me llores, no me lleves flores.


Una vida a otra vida retoma.


Una semilla asoma un nuevo fruto,


igual que el cielo y el mar se besan.



La paloma siempre vuelve a su nido.


Velaré tus pasos, tu sueño, tu olvido


y mi mano estará esperándote


en tu partida hacia mi cielo.



No me solloces, no me implores,


no guardes mis pertenencias, entrégalas,


déjalas partir con quien las necesite,


fluye la esencia, el corazón perdura.


lunes, 1 de septiembre de 2008

Secretos 2007



Andrés meditaba en la consulta del especialista. Estaba esperando los resultados de las pruebas que se hizo hace unos días.. Se mostraba inquieto, preocupado. No hacía más que pensar qué haría si los resultados fuesen negativos. El Doctor Luzán entró con los documentos en su mano, los estaba releyendo y reflexionando. Finalmente, le comunicó el resultado:
- Se ha logrado saber la causa de su malestar – dice el médico mirándole a los ojos.
- Dígame, doctor –responde Andrés.
- En su páncreas hay unas células que están funcionando de forma alterada… -
continúa pensativo -. No le voy a decir las cifras y tecnicismos que hay en el papel porque no los va a entender. Se lo diré en un idioma común: las células que usted tiene alteradas, me temo….. que son células cancerígenas. Es un adenocarcinoma, o dicho de otra manera se trata de un cáncer de páncreas.
Andrés se quedó enmudecido, miró fijamente a los ojos del médico y a los entristecidos de su mujer. En un instante múltiples imágenes de las vivencias de su vida, desfilaron como si se tratase de su última batalla.
-Lo siento –continuó el médico -. Sinceramente me hubiese gustado que las noticias hubiesen sido mejores, pero no son así. Ahora le toca una dura pelea que debe afrontar.
El médico le recomendó el tratamiento a seguir, así como el mejor especialista en la materia. Andrés le escuchaba atentamente, pero en su interior, aquellas personas, aquellas vivencias que habían marcado su vida, aparecían y desaparecían como imágenes difuminadas que querían decir algo.
Cuando salió de la consulta, su mujer le abrazó con lágrimas en sus ojos y le dijo:
- No te preocupes. Vas a salir de ésta. Lucharemos lo que sea necesario.
-Lucharemos y afrontaremos el destino –respondió Andrés preocupado.
En pocos días Andrés empezó el tratamiento. Afrontó varias sesiones de quimioterapia, las cuales empezaron a dejar huella en su aspecto exterior. Cada día, los mechones de su cabello aparecían en la almohada al levantarse, o en la bañera cuando terminaba de ducharse. Muchos días se sentía vencido, con ganas de no despertar más. Pero en el fondo, se resistía a ser vencido. Cuando sus fuerzas flaqueaban, se dejaba caer sobre su cama y los pensamientos se sucedían constantemente. Recordaba momentos de su vida. Algunos, eran felices; otros, eran más tristes.
A lo largo de su vida y sobre todo, en su juventud, había tenido una vida guiada por sus impulsos. Su afán de éxito, de conseguir todo lo que había deseado, le habían convertido en una persona egoísta y éste era el momento de recapacitar, de pasar factura a sus actos. Nunca se había detenido a pensar sobre la enfermedad, la muerte o la vida. Cuando algún familiar había muerto, él simplemente pensaba que era el fin de una existencia biológica sin más. Jamás había pensado si existía algo más, a pesar de la educación católica que había recibido en su niñez. Cuando llegó la muerte de su padre primero y de su madre posteriormente, había cerrado una etapa de su vida como quien cierra un libro después de haberlo terminado de leer.
- Necesito pedir perdón a todas aquellas personas que un día hice daño –pensó mientras daba vueltas a su cabeza.
Andrés tenía cuarenta y seis años. Era alto y de complexión fuerte. Tenía el pelo cubierto de algunas canas. Sus ojos oscuros, pequeños y redondos siempre miraban como si quisieran esperar algo. Se dedicaba a la construcción, donde había empezado realizando trabajos sencillos, que posteriormente se convirtieron en obras mayores, pasando finalmente a comprar, vender y construir edificios. Gran parte de su vida la había dedicado a luchar, a conseguir sus objetivos. Buscó información sobre la enfermedad que él padecía. En todos los informes, las esperanzas de supervivencia eran difíciles. No quería decirle a su mujer todo lo que sabía de ello, pero sospechaba que ella también estaba informada.
Decidió relegar su negocio a un trabajador de confianza llamado Daniel, que había sido siempre un fiel empleado. Así podría disponer de más tiempo libre y descansar para hacer aquellas cosas que su salud le permitiría hacer.
En las múltiples imágenes que aparecían intermitentemente de su vida, siempre aparecía aquella joven a la que un día perdió el rastro, como si se hubiese esfumado en el aire de un día para otro. Nunca la olvidó, pero tampoco hizo nada por saber de ella. ¡Cuánto daño le hizo, Dios mío! Hubo una época en la que estuvo tentado a buscarla, a saber de ella, pero siempre que lo pensaba, un temor irremediable lo invadía, dejando a un lado su propósito. Fue una locura de juventud que ni siquiera había contado a su mujer.
La locura de juventud se llamaba Sandra, una escultural muchacha de bonitas piernas, con ojos azules y pelo negro azabache. Era el sueño de muchas noches de verano, la ilusión de su vida y la envidia de sus amigos. Se parecía tanto a él…, pero algunas veces era tan distinta…Estaba prestando el Servicio Militar en Barcelona cuando la conoció. Era una tarde de verano de esas que el calor es tan asfixiante que la pasas dentro de un bar, asido a un vaso de bebida fresca y sin separarte del ventilador. Estaba bebiendo una cerveza cuando la vio . Era una de las camareras de la barra Ambos se miraron y fue un flechazo en el que Cupido no tuvo que hacer mucho.
Sandra era cariñosa y sensible, Andrés, pasional y soñador. Ella era una simple camarera que no tenía demasiadas pretensiones, aparte de las de encontrar un compañero para casarse y formar una familia. Los planes de Andrés eran otros. El no se iba a conformar con ser un simple trabajador de la construcción y tenía el proyecto de tener algún día su propia empresa. Vivieron un amor muy apasionado, pero lleno de altibajos emocionales por parte de Sandra y celos por parte de Andrés.
El recordaba lo vivido con ella y todavía le recorría un escalofrío por su cuerpo cuando en su mente aparecía la imagen de ella, con un cuerpo de ensueño que hacía estremecer hasta la última célula de su cuerpo. Sería maravilloso volver a verla, aunque fuese un minuto, pero probablemente estaría en cualquier parte del mundo con una vida y familia ya hecha.
Durante algún tiempo trató de buscarla. Estuvo llamando al teléfono de sus padres, donde la voz de una teleoperadora siempre respondía amablemente que ese teléfono no se encontraba en activo. Un día, buscando en las páginas blancas de Internet, localizó alguien que coincidía con su nombre y apellidos. Llamó en varias ocasiones, pero no obtuvo respuesta alguna. Finalmente, una tarde, la voz de un joven muchacho respondió al teléfono:
-“Buenas tardes. ¿Es el domicilio de Sandra Ripoll?” -preguntó Andrés tembloroso
-“Sí –respondió el muchacho- En estos momentos no se encuentra aquí. Está trabajando. Si desea dejarle algún recado, yo se lo puedo dar.”.
-“No, no es importante –dijo Andrés sin parar de temblar-¿Cuándo se encontrará en casa para poder hablar con ella?”
-“Esta noche, a partir de las nueve estará en casa” –siguió el muchacho.
-“De acuerdo. La llamaré entonces”-terminó Andrés.
Sintió un nerviosismo inexplicable. La había encontrado. Seguía viviendo en Barcelona. El poder hablar con ella sería cuestión de tiempo. Aquella noche, aprovechó a bajar al bar a tomar un café y desde su móvil se dispuso a llamar. Costó unos instantes hasta que alguien cogió el teléfono.
- Buenas noches, desearía hablar con la Sra.Sandra Ripoll–inquirió Andrés nervioso.
- Sí, soy yo –respondió una voz dulce y melancólica.
El corazón de Andrés empezó a latir más deprisa y durante unos instantes se quedó enmudecido, sin saber qué decir.
-No sé si me recuerdas…Soy Andrés…
Durante unos instantes hubo silencio. Parecía como si aquella mujer que había en el otro lado, hubiese abandonado el teléfono y salido corriendo..
- Andrés…¡Claro que te recuerdo!¡Cuánto tiempo! –contestó aquella voz femenina.
- ¿Qué tal estás?¿Qué es de tu vida? –preguntó él mientras continuaba temblando como un adolescente.
- Estoy bien –respondió ella. ¿Y tú?¿Cómo estás?
- Estoy bien –dijo él con voz temblorosa.
Durante veinte minutos hablaron recordando momentos del pasado. Parecía como si el tiempo no hubiese pasado y se hubiera detenido justo en el momento en que un día dejaron de verse, tras numerosas discusiones y sinsabores. Andrés pidió quedar para verse en persona y poder hablar más detenidamente, quería decirle muchas cosas. Sandra dudó por un momento, pero finalmente accedió.
Andrés planeó un viaje entre semana. Había puesto la excusa de ir a ver a un especialista que estaba utilizando una medicación exitosa en otros países para el tratamiento de su enfermedad. Estaba nervioso. Se puso su mejor traje de chaqueta y corbata de seda. Acudió a una cervecería que se encontraba junto a la estación. Era un lugar habitual cuando él estuvo en Barcelona y todavía existía. Llegó con diez minutos de antelación. Por supuesto ella no había llegado aún. Se sentó en una mesa junto a la ventana, donde podía observar la gente pasear con ritmo acelerado. Meditó mucho, trató de imaginar qué es lo que ella pensaría después de tanto tiempo, aunque la impresión primera de la conversación telefónica había sido positiva, quedaba el encuentro cara a cara. La imaginaba como siempre, con su semblante sonriente y sus ojos azules brillantes como el agua del mar.
Transcurridos algunos minutos, observó desde la ventana una mujer vestida de blanco y negro, con un vestido estampado en ambos colores y una chaqueta negra. Caminaba con paso firme sobre unos zapatos de charol. Se detuvo ante la puerta del bar y se quedó pensativa, dudando en entrar…Pero en unos instantes, entró.. La mujer era espectacular. Lucía un semblante sonriente y un pelo negro con melena rizada que se deslizaba sobre su espalda. Era ella. Su mirada se dirigía hacia todas partes, buscando a alguien. Andrés la reconoció. Se levantó de su asiento y fue a su encuentro. Cuando ella lo vio, sus ojos brillaron como estrellas resplandecientes.
- Sandra –pronunció Andrés.
- Andrés- susurró ella. Sus ojos enrojecieron y quisieron llenarse de lágrimas. Pudo reconocerle, aunque lo notaba muy cambiado. Se había quedado prácticamente calvo.
- ¡Cuánto tiempo! –dijo él-. Parece que el tiempo no ha pasado. Estás igual.
- ¡No, por Dios! –sonrió ella-. Han pasado muchos años y los años siempre van dejando huella.
Se dieron la mano, aunque Andrés no dudó en acercarse a ella y darle un beso en las mejillas
Sandra tenía cuarenta y cinco años. Habían pasado más de veinticinco años desde que vio a Andrés por última vez. En su rostro asomaban tímidamente las primeras huellas del tiempo. Si bien, continuaba siendo una mujer muy guapa, tenía unas profundas ojeras y mirada de cansancio.
Se sentaron en el lugar donde Andrés había escogido al principio. Se miraron durante unos minutos sin decirse nada, él estaba radiante, no podía creer que la tenía delante. Ella permanecía en silencio, sin mediar palabra.
-No sabía nada de ti, si seguías viviendo aquí o te habías marchado a otro lugar. Desapareciste sin dejar rastro –comentó Andrés
. -No estoy tan segura de que fui yo la que desapareció. Creo que más bien fue al contrario, .pero eso pertenece ya al pasado. No vamos ahora a reprocharnos cosas que ya no se pueden cambiar. –explicó Sandra con una sonrisa en sus labios.
-Es posible que tengas razón –asintió Andrés pensativo-. Fui yo el que se fue sin dar explicación alguna. Pensé que me llamarías, que me buscarías, estabas siempre tan pendiente de mi. No eras de las que se rendían fácilmente.
Fueron novios durante casi un año. Aunque la belleza de Sandra era fuera de lo normal, Andrés también era muy atractivo. Había sido muy extrovertido y su fácil elocuencia hacía que siempre tuviese facilidad para la conversación. Ella era una persona que necesitaba sentirse protegida y Andrés, siempre rodeado de gente, no podía prestarle la atención que ella requería, por lo que los enfados de ella eran casi a diario. Habían planeado que cuando él terminase el Servicio Militar, ella se marcharía con él a casa de sus padres y buscaría trabajo en Bilbao. Así podrían estar cerca los dos y planear casarse en cuanto fuese posible. Pero las cosas no sucedieron así.
El Servicio Militar de Andrés llegaba a su fin, faltaban un par de semanas para licenciarse. Existía algo que ella quería decirle desde hacía unos días, pero no tenía la suficiente osadía para ello porque podría cambiar los planes de futuro de Andrés y eso la entristecía profundamente. Tampoco estaba muy segura de dejar su ciudad y partir con él, lejos de su familia, de su trabajo y de su entorno. Por otro lado, tenía miedo a afrontarlo sola, porque iba a ser una mujer puesta en el punto de mira de su vecindario. Pero, si no se lo decía entonces… tarde o temprano acabaría sabiéndolo. Una información de otras fuentes, no sería agradable. Tras mucho meditarlo, decidió decírselo y afrontar las consecuencias. Según fuese la reacción de Andrés, decidiría qué hacer con su vida, si marcharse con él o quedarse.
Aquella tarde, recordaron el pasado, los secretos que se guardaban y las palabras que nunca se dijeron. Sandra no era la única que tenía algo que contar, Andrés también tenía un secreto, él también tenía que tomar una decisión. Sus días en tierras mediterráneas se terminaban. Debía volver a sus grises mañanas estivales y al aroma fresco del las aguas del Cantábrico.
Fue aquella tarde, la misma que Sandra iba a contarle el motivo de su preocupación cuando Andrés tuvo una visita inesperada. Apareció Garbiñe, su novia de Bilbao. Se presentó en el cuartel, acompañada de dos amigas. Hacía mucho tiempo que no se habían visto. El reclutamiento de Andrés había coincidido con la estancia de Garbiñe en Inglaterra. Ella se había marchado a Londres después de terminar su curso de C.O.U. en el Instituto. Era la mejor oportunidad para perfeccionar el inglés y estudiar Turismo, mientras se alojaba como au-pair en el domicilio de una acomodada familia londinense.
Ella le había escrito no con demasiada frecuencia, pero nunca había perdido el contacto. Su marcha a Inglaterra no había agradado a Andrés, cosa que hizo que la relación se enfriase un poco. Pero él apenas había mencionado a Sandra sobre la existencia de Garbiñe, como tampoco mencionó a Garbiñe sobre su relación con Sandra.
Todavía le quedaba a Garbiñe un año para terminar sus estudios, pero coincidiendo con el mes vacacional, había aprovechado para disfrutar durante ese mes de las delicias gastronómicas de la comida vasca, que en nada se parecían a las poco variopintas y sosas comidas anglosajonas. Las amigas que la acompañaban eran londinenses y apenas hablaban el castellano. Garbiñe llegaba radiante, echándose a los brazos de Andrés, deseosa de terminar cuanto antes sus estudios y entregarse a Andrés para siempre, jurando no volver a separarse más de él.
Una llamada de teléfono anuló su cita con Sandra. Le dijo que tenía que quedarse en el cuartel, que no tenía permiso para salir. Pero no era cierto. Andrés salió con las tres muchachas y se sentaron en una bocatería. Se sentía entre dos muros. El muro del pasado quería volver a recluirlo, como en los viejos tiempos y el muro del presente, que era mucho más sólido y parecía querer dejarlo marchar.
Mientras tanto, Sandra seguía con su idea de contarle el motivo de sus dudas, de sus miedos, por lo que decidió ir a verlo. Su sorpresa vino cuando descubrió que en el cuartel no estaba. Le había mentido. Con lágrimas en sus ojos vagó por los alrededores pensando en decírselo o callar para siempre. Sentada junto a la marquesina del autobús anocheció aquella tarde. Sintió como si un puño le estrujaba el pecho, cuando vio a Andrés acercarse al cuartel acompañado de las tres jóvenes visitantes. Una de ellas, la más baja, se abrazó a él y lo besó en los labios. Entonces fue cuando sintió que su corazón latía como una locomotora y se sintió traicionada. Permaneció allí unos minutos más, no se movió porque no quería que la viesen.
Sus dudas hicieron que cambiase de opinión. No sabía quién era esa muchacha, pero no importaba. Ya no se lo iba a decir. Faltaban dos días para que Andrés se licenciase y no iba a marcharse con él a Bilbao. Seguramente todo tendría su explicación, pero en las últimas semanas la relación se había convertido en un tira y afloja constante y el intentar seguir juntos a toda costa podía ser una equivocación.
Ya no contestó más a las llamadas de Andrés. Pidió unos días de permiso en el trabajo y se encerró en casa. No quiso verle ni hablar más con él. Andrés insistió una y otra vez, dejó recados en su casa, pero jamás le contestó. Incluso fue a buscarla al trabajo pero dijeron que se había ido unos días de viaje. Era un completo misterio. Cuando llegó el día de marcharse, Andrés volvió a insistir, pero todos los intentos fueron en vano. Jamás supo el secreto que Sandra quería contarle.
A su regreso a Bilbao, intentó fallidamente ponerse en contacto con ella. La negativa y el silencio hacia él fueron angustiosos. Durante algún tiempo, estuvo sin dormir por las noches, recordándola. Sin embargo, el no haber perdido el contacto con Garbiñe le aliviaba de alguna manera

. Un año después, Garbiñe regresó a Bilbao, con sus estudios finalizados. Poco después se colocó en una importante empresa multinacional, mientras Andrés había establecido una empresa dedicada a la construcción y empezaba a tener cada vez más trabajo. Dos años después, se casaron.

Aquella tarde en el bar de la estación, buceando en los recuerdos que años atrás les hicieron vivir intensamente, era el momento de desvelar aquellos secretos tan guardados por ambos. El secreto de Sandra era un muchacho de veinticuatro años que había heredado sus ojos azules. También se llamaba Andrés. Eso era lo que quería decirle, pero lo sucedido aquel día, le había hecho cambiar de opinión. Ella siempre sospechó que aquella muchacha que había sido su novia, no fue guardada en el baúl de los recuerdos. En numerosas ocasiones había intentado preguntarle y las evasivas respuestas de él le habían hecho sospechar.
La sorpresa de Andrés fue mayúscula. Resulta que tenía un hijo.
-¿Por qué no me lo dijiste?. Me hubiera casado contigo. Yo… te quería. –dijo con sus ojos enrojecidos.
-Fue una chiquillada. Me sentí tan mal... Quizás si hubiese hablado contigo…. Ahora me doy cuenta que tal vez actué precipitadamente, pero en esos momentos me sentí traicionada. Preferí que siguieses tu vida. Un hijo hace que tu vida cambie por completo y todos tus planes de futuro se hubiesen ido por la borda. De todas formas…….¿quién sabe?. Tal vez las cosas no nos hubiesen ido tan bien como pensábamos. –dijo Sandra.
Andrés le cogió de las manos y con lágrimas en los ojos le preguntó:
-¿Y qué ha sido de vosotros todos estos años?. ¿Te has casado?
-No, no me he casado. Tuve un par de oportunidades, pero no lo hice. Durante dos años viví con un abogado que decía estar muy enamorado. Su única debilidad era el alcohol y todas las noches llegaba a casa con cinco o seis copas de más y desahogaba sus frustraciones de abogado fracasado conmigo. El día que le puso la mano encima a Andrés, decidí romper la relación. El segundo, me pasaba treinta años. Era un viudo honrado y cariñoso, habíamos hecho planes para casarnos, pero cuatro meses antes de la boda murió en un accidente de tráfico.
-¡Qué mala suerte! –suspiró Andrés.
-¿Y qué ha sido de tu vida? –preguntó ella.
-Mi vida….-expresó en tono dubitativo-. Me he pasado la vida trabajando, pero las cosas me han ido bien. Creé una empresa constructora y con el tiempo fue creciendo. Ahora tengo una empresa con más de cien trabajadores y dos agencias inmobiliarias. Me casé y …-entonces paró de hablar.
-¿Y…? –quiso continuar ella.
- Y no hemos tenido hijos. Mi mujer ha tenido varios embarazos, pero todos los ha perdido. Finalmente, decidimos que las cosas sucediesen como tuviesen que suceder y si no había hijos no importaba. –explicó.
- Entiendo –razonó ella. ¿Y por qué me has buscado ahora, después de tantos años?.
- -Necesitaba saber de ti. Nunca te he olvidado. –respondió.
-Bueno, para mi ha sido imposible hacerlo, date cuenta, tengo un Andrés en casa y se parece mucho a ti. ¿Cómo olvidar así? -continuó-. Pero no sé, creo que te ocurre algo. El rastrear en el pasado es siempre por algo.
-Tienes razón –asintió él con cara seria-. Estoy haciendo balance de mi vida. Quiero estar en paz conmigo mismo y arreglar todo aquello que dejé mal.
-Entiendo, pero …
-Yo también tenía un secreto que debía contarte y no lo hice. No tuve tiempo. Ese día que tú y yo habíamos quedado para hablar iba a hacerlo. Pero… apareció Garbiñe de forma tan inesperada…-explicó.
-¿Un secreto?. No entiendo –replicó ella.
-Era algo que te oculté. –respondió Andrés-. Nunca te hablé de Garbiñe. Era mi novia, aunque se había marchado fuera a estudiar., nunca perdimos el contacto del todo. Ella me escribía y yo también lo hacía de vez en cuando. Tampoco le hablé a ella de ti. No me atreví. Cuando te conocí, la dejé apartada de mi mente por un tiempo, pero ella me escribía y no tuve valor de romper con ella. Pensé que quizás el tiempo actuaría por sí mismo. Tal vez ella podía quedarse en Inglaterra para siempre, o conocer a otra persona… pero no fue así.
- Siempre sospeché algo –respondió Sandra-. Sólo recibía evasivas por tu parte cuando intentaba hablar del tema y además… -se quedó en silencio unos segundos- además, te vi con ella el último día que hablé contigo por teléfono. Fue el día que tú y yo habíamos quedado para hablar y cancelaste la cita.
.¿Me viste? –se sorprendió Andrés- .Entonces…. ahora comprendo el por qué de tu silencio…Tampoco tuve un encuentro con ella demasiado comprometedor, además vino acompañada de dos amigas más y fuimos todos a cenar. –prosiguió.

La tarde continuó en un mar de preguntas y respuestas, dudas y explicaciones. Las horas pasaron charlando del pasado y del presente, pero la inquietud de Andrés en ese momento era la de saber más sobre aquel hijo que no había conocido. Se preguntaba si el joven sabría de su existencia, si desearía conocerle y otras cosas que pueden pasar por la mente de cualquier persona que en un minuto se convierte en padre.
Cuando le preguntó a Sandra si el muchacho había tenido alguna vez inquietud por saber de su padre, ella le respondió que sí. Siendo niño le dijo que su padre tuvo que hacer un largo viaje del que nunca pudo regresar. Al principio pensaba decirle que había muerto, pero finalmente la explicación del viaje le pareció más razonable, dado que la otra no era cierta. Nunca quiso mentir a su hijo, pero intentaba no darle demasiadas explicaciones de algo que podría hacerle daño.
Durante toda la tarde, conforme las horas transcurrían en la amenizada conversación, a Andrés le llegaba el pensamiento de comunicar a Sandra los motivos de su inesperada aparición. Dudaba una y otra vez e iba posponiendo el decirlo. Finalmente, decidió hacerlo porque el tiempo jugaba en su contra y el hoy podía ser el último día.
- Sé que te preguntas una y otra vez el por qué de que me haya puesto en contacto contigo, me lo has preguntado antes y te lo voy a decir –explicó Andrés-. Me han diagnosticado un cáncer de páncreas. Estoy siguiendo un tratamiento, pero sé que no tiene cura. Algunos días me encuentro bien; otros, me los paso tumbado, pero intento ponerme en pie en cuanto puedo. Necesito sentir cosas que hace mucho tiempo no las sentía. Ya no sé lo que es la compasión, el amor y muchas cosas que quizás de más joven las llegué a sentir, pero me he ido dado cuenta que hace mucho tiempo dejé de sentirlas.
- Andrés –susurró Sandra con semblante sorprendido y compasivo a la vez- Lo siento, de veras, imagino que ante tales expectativas estarás sufriendo mucho.
- No tanto como crees –respondió-. Precisamente por eso, porque había perdido la noción de los sentimientos. No sufro lo que debiese, me había convertido en una persona fría, calculadora e insufrible. Hace muchos años que ya no siento por mi mujer esa pasión que tenía antes. La quiero por supuesto, pero como se quiere a un compañero, a una hermana, pero no de la otra forma….
- Entiendo –respondió ella.
- Estoy haciendo cosas que jamás hubiera hecho. He subido el sueldo a mis empleados. He enviado algunas cartas a otras empresas de la competencia ofreciendo mi colaboración, algo que me pidieron hace tiempo y me negué. Quiero hacer precisamente lo contrario de lo que he sido. He vivido en un tremendo error, sumido en la avaricia y el egoísmo. –afirmó llenándose de lágrimas.- Necesito poner en orden lo poco que me queda de vida. Estar en paz conmigo mismo. No sé, es como si algo en mi interior me dijese que debo hacerlo.
- Es tu conciencia –sonrió Sandra-. Las personas nos damos cuenta de los errores que hemos cometido en la vida, cuando vivimos una situación límite. He aprendido muchas cosas en la mía. He tenido que luchar mucho sola, con el niño, en momentos en los que me he visto desesperada, cuando perdía el trabajo o era mirada con desprecio por ser madre soltera.
- Me gustaría tanto conocer a nuestro hijo….-afirmó Andrés-. Si te parece bien. Aunque me da miedo su reacción.
- Bien, si quieres, primero hablaré con él. Iré preparándolo antes para que no tenga una reacción demasiado inesperada. Hace años que no ha vuelto a hablar del tema de su padre. Asumió que éramos dos: su madre y él. Ha tenido dos padres. El primero que tuvo fue el abogado, al que le tenía verdadero miedo. El segundo, Antonio, fue para él un auténtico padre y su muerte le causó un gran trauma del que le costó salir.

La tarde se prolongó hasta las dos de la mañana. Se despidieron con una sonrisa por parte de los dos. Quedaron en ponerse en contacto en pocos días, para que Andrés pudiera conocer al muchacho.

Pasaron varios días, Andrés tuvo una pequeña recaía de la que tuvo que ser hospitalizado. El tiempo iba corriendo en su contra. Se sentía débil. Apenas toleraba alimentos, pero tenía que sacar fuerzas. Necesitaba salir para poder conocer a su hijo. Por otro lado, no podía ocultar más a Garbiñe la verdad. En un arrebato de impotencia ante el dolor, la debilidad por no poder comer y una comezón en su interior que le punzaba a contarlo, se lo dijo a Garbiñe. Aprovechó un rato en el que estaba en la habitación, sentada en un sillón junto a su cama. Le contó todo. Empezó relatando su romance con Sandra cuando estaba en el Servicio Militar, lo sucedido después y cómo perdió el contacto con ella sin saber la triste verdad que ahora le perseguía. Su encuentro con ella, hace pocos días y el descubrimiento de la existencia de su hijo.
Por unos instantes, Garbiñe se quedó pensativa, con semblante serio y sin decir nada. Finalmente, rompió en un sollozo mientras Andrés le pedía perdón con lágrimas en sus ojos. Aquel día ya no hubo más palabras. Garbiñe continuó sentada en el sillón sin mediar palabra. De vez en cuando salía de la habitación y paseaba por los pasillos del hospital sumida en un silencio profundo.
Pasaron los días, Andrés pudo volver a casa recuperado, aunque cada vez se sentía más debilitado. En su mente sólo había una cosa: su hijo. Ya había puesto todo en orden, había pedido perdón a todos aquellos que había ofendido a lo largo de su vida. La empresa estaba en buenas manos. La única heredera de todo iba a ser Garbiñe. La vida empezaba a esfumársele como un soplo de aire que dura segundos para luego cesar. El negocio iba a ser gestionado por su mejor empleado y persona de confianza. En él relegaba la responsabilidad de que todo funcionase correctamente.
Sandra había hablado a su hijo Andrés de la aparición de su padre. Después de veinticinco años, le dijo que había tenido noticias de él y que quería conocerle. El muchacho meditó unos minutos la petición, pero no mostró negativa alguna, sin embargo tampoco había en él ningún sentimiento de cariño hacia alguien del que nunca había sabido de su existencia. Tantas veces había callado en el colegio cuando le preguntaban el nombre de su padre y ya tenía en el olvido aquellos recuerdos de frustración por no tener un padre como los demás niños.
Por fin llegó el día del encuentro. Andrés se armó de valor para afrontar la posible reacción del muchacho. Viajó a Barcelona acompañado de su mujer. Estaba extenuado y no era conveniente que fuese solo, pero en el momento del encuentro con el muchacho, ella no quiso acompañarle, prefirió que fuese un asunto entre los dos.
Habían acordado que el encuentro fuese en el piso donde vivían el muchacho y su madre. Andrés tomó un taxi y fue conducido al domicilio. Cuando llegó sus piernas temblaban. Sandra abrió la puerta y cuando Andrés dirigió la mirada hacia el interior, vio la figura esbelta de un muchacho al final del pasillo. Allí de pie, el joven lo miraba con una mirada serena. Se dirigió hacia él y se abrazaron.
Andrés hijo se parecía físicamente a su madre. Su pelo negro y rizado y sus ojos azules eran los rasgos que más destacaban. Su complexión atlética, tez fina y blanca recordaban los años de juventud de Andrés padre. Era un muchacho serio. Había realizado estudios de formación profesional en electrónica y trabajaba en una empresa en el mantenimiento de las máquinas electrónicas. El muchacho se mostraba feliz, sonriente, con brillo en sus ojos. Su madre lo había preparado para que nada fuese una sorpresa para él. Había sido siempre un niño fuerte y maduro para su edad.

El día se hizo corto para los dos, pero Andrés padre a última hora de la tarde estaba ya muy cansado. Su enfermedad se iba agravando por momentos y todo suponía un gran esfuerzo. La alegría de haberse encontrado con ese hijo que siempre soñó tener y no tuvo superaba todo. Parece como si el destino se lo hubiese puesto en el camino para poder disfrutar del momento por una vez en su vida. Agradeció a los dos aquel día el haberle abierto las puertas de su casa.
Pasaron cuatro meses, la enfermedad de Andrés iba avanzando. Finalmente tuvo que ser ingresado en el hospital. En dos ocasiones su hijo Andrés fue a verle. Al principio él era consciente de todo lo que sucedía a su alrededor, pero en las sucesivas semanas, tuvo que suministrársele mayor dosis de medicación, por lo que se pasaba el día dormitando. Ya no tuvo fuerzas para regresar a casa. Un día de madrugada, por unos instantes en los que Garbiñe cerró los ojos vencida por el cansancio, Andrés dejó de respirar. Era una mañana fría de enero. Allí quedaron los recuerdos, las vivencias y todos los méritos que él hizo por enmendar aquellas acciones que él consideró fallidas. Se fue, pero se fue feliz, con su paz interior y los asuntos terminados.


Por:-- Mª Elena Sánchez Brun