jueves, 1 de enero de 2009

El canto de la sirena

El canto de la sirena

Cada vez que Juan no salía a pescar y se acercaba a la bahía a contemplar el amanecer, tenía la sensación de ser observado por alguien, pero por mucho que miraba a su alrededor, nunca veía a nadie.

Existía una leyenda que había sido contada por su padre. Era una historia que había vivido una vez con una sirena que de vez en cuando volvía, esperando al marinero, al cual había prometido amor eterno. Su padre siempre le decía que sabía que el momento del reencuentro estaba cerca.

-“Las sirenas no existen” –se decía Juan con una sonrisa en sus labios. “Esta tarde saldré a pescar y me quedaré un rato paseando en mi barca” – se dijo.

Y así hizo. Esa tarde, cogió su barca, sus redes y objetos de pesca y se dirigió hacia el embarcadero. Montó en la barca y se adentró en alta mar. La mar estaba tranquila, por lo que se quedó allí, pescando y luego contemplando el atardecer. Se sentó, sacó su pipa y se quedó observando cómo el sol rosado se iba transformando en fuego y las nubes rosáceas parecían pedacitos de algodón. En un instante se quedó semidormido, sumido en la calma de las aguas. Unos segundos después, abrió sus ojos y vio cómo el cielo había oscurecido y una tormenta amenazadora se acercaba hacia el lugar donde él se encontraba. Las rojizas nubes se habían convertido en grisáceos nubarrones y el viento azotaba la barca. Juan tomó el timón, intentando encarrilar la dirección, estaba siendo transportado en sentido contrario al previsto. Múltiples relámpagos aparecían y desaparecían simultáneamente en el cielo. La lluvia empezó a mojar su rostro y feroces truenos batían las olas.

Por un momento, perdió el control sin saber hacia dónde se dirigía, ni si sería tragado por las aguas. Cerró los ojos, aferrado al timón y dejó correr su suerte…En un instante, una calma extraña inundó el lugar y un sonido melodioso y agradable surgió de las aguas. Parecía como si un ángel hubiese aparecido, pero no era un ángel. Una silueta femenina apareció a unos veinte metros. Su piel era blanca y su pelo larguísimo y ondulado era de color castaño rojizo. La mujer miró a Juan durante unos segundos, pero no le dijo nada, simplemente sonrió y con la sonrisa en los labios se sumergió nuevamente en el mar. El observó cómo una cola de pez asomaba en el instante en que ella se había adentrado en las aguas.


-“¡No puede ser!” –se dijo. “Parece una sirena, pero… Es imposible…Estoy soñando.”

Pudo percatarse en ese momento que la tormenta había cesado y el cielo ya entrado en el atardecer, se había iluminado. Los negros nubarrones y con ellos, los truenos y la lluvia, habían desaparecido. Rápidamente, enderezó el timón y se dirigió rumbo Sur hacia casa. En el corto camino de vuelta, estaba pensando en lo que había sucedido y en la sirena que había creido ver.

-“Ha sido una alucinación del momento, como las que suceden en el desierto cuando uno está falto de agua” –pensó.

Cuando llegó a casa, no había ni señal de que hubiese habido tormenta o lluvia.

A la mañana siguiente, justo hacia las seis, cuando empezaba el sol a salir tras el horizonte, Juan se acercó a la bahía para comprobar que todo había sido producto de su imaginación. La oscuridad de la noche se estaba disipando y el sol resurgía en un rosado cálido; entonces, delante del sol, apareció de nuevo la silueta angelical. Era ella… la sirena. Su medio cuerpo femenino asomaba y sonreia mirando a Juan. Tenía unos ojos brillantes, hermosos como las perlas del mar y lo miraban muy fijamente, tan fijamente, que el muchacho sin darse cuenta se fue dirigiendo hacia la orilla y comenzó a caminar, poniendo sus piernas dentro del agua, alejándose de la orilla. Cuando se encontraba a unos cinco metros de distancia de ella, rápidamente la sirena se sumergió y desapareció dentro de las aguas.

-“¡Es cierto! La sirena existe… no es una alucinación” –pensó.

Durante varios días Juan acudió a contemplar el amanecer en la había, contemplando el mar, donde siempre surgía esa imagen angelical, rodeada de una luz inexplicable que se dejaba ver durante unos minutos y después desaparecía. El contemplar tal escena, se había convertido en una necesidad para él, un impulso incontrolable que lo empujaba a acudir al lugar y contemplar la imagen. Era como un sueño…un sueño que le suscitaba una paz incomprensible.

Su padre había enfermado y ya, pasados sus setenta y cinco años, los médicos ya habían pronosticado un final cercano. Era tarde, Juan se acercó a su padre, que yacía semisentado en su cama y le pidió que le recordase aquella maravillosa historia de la sirena que le había contado en un par de ocasiones cuando era un niño. Su padre, lo miró emocionado y con una sonrisa en sus labios, no se negó a contarle la historia de nuevo:

-“Una tarde de verano, me encontraba en el mar, pescando y en plena faena, una tormenta se echó encima sin poder volver a tierra a tiempo. La tormenta sacudió violentamente mi barca y la fue arrastrando a la deriva, alejándose cada vez más del lugar de partida. La barca se bulcó y entonces, sentí cómo me hundía en el fondo del mar y era tragado por las aguas, perdiendo poco después el conocimiento por falta de oxígeno.

Unas horas después, abrí los ojos, parecía despertar de un profundo sueño y me encontré tumbado sobre un lecho de flores en una especie de cueva cálida y confortable. Entonces recordé lo sucedido, que me había hundido en el mar. Pensé que estaba muerto y eso sería esa vida que dicen que hay después de la muerte, pero no. Me toqué los brazos y piernas y comprobé que era de carne y hueso todavía; incluso mi pipa, seguía en el bolsillo de mi chaqueta, mojada, pero intacta. En ese momento me reincorporé y entonces, ahí delante, pude contemplar una silueta femenina y hermosa. Su tez era blanca; sus ojos, grandes y expresivos. Sobre su espalda pendía un pelo largo, de color castaño cobrizo y brillante. Tenía una sonrisa celestial. Ella me habló:

-“Estabas a punto de ahogarte en el mar, pero eres muy joven, todavía no es tu hora. Pudimos llegar a tiempo…” –susurró.

-“Gracias” –respondí. “¿Dónde estoy?.

-“Estamos al otro lado de la bahía, no muy lejos de tu pueblo…, pero ahora no puedes volver hasta que no repares tu barca. Ha quedado destrozada.”

Durante algunos días permanecí en el lugar, reconstruyendo mi barca. En esos días, la extraña mujer, aparecía y desaparecía, colmándome de mimos. Se arrastraba sobre la tierra y siempre acababa sumergiéndose en el mar, trayendo pescado fresco y fruta. Esa mujer…era una sirena, no tenía pernas humanas.


Me acostumbré a sus atenciones y a su presencia, sintiendo un profundo cariño hacia ella y haciendo que durante esos días no recordase a mi familia.

Una tarde, terminé de reparar la barca. Era simple pero resistente, lo suficiente para atravesar unos pocos kilómetros hacia el camino de vuelta. Para probar su resistencia, me dirigí hacia la orilla y monté en la barca, adentrándome en el mar. La sirena, surgió del agua y la invité a montar. Durante un par de horas, paseamos en la barca sin mediar palabra. Simplemente nos mirábamos el uno al otro. Los ojos de la sirena siempre brillaban y parecían hablar por si solos. Sentía una paz infinita en mi interior, era como si la conociese de toda la vida. Al anochecer, volvimos a la cueva. Yo le dije:

-“Mañana al amanecer, tendré que volver a casa. Mi familia ya me dará por desaparecido. Estarán muy tristes. Tengo mujer y tres hijos que mantener. Me necesitan”.

La sirena dejó de sonreir y asintió con la cabeza:

-“¡Sí! Lo sé”.-dijo

Esa noche, no pude dormir. Tenía ganas de veros a todos, de abrazaros de nuevo; pero por otro lado…deseaba la compañía de esa mujer misteriosa, que era como un ser de ficción. Las sirenas no existen, pero ella era real. Irradiaba una belleza y serenidad que me atraía de una forma sobrenatural.

No supe hasta pasado un tiempo que la sirena lloró toda la noche. Ella también se había enamorado.

A la mañana siguiente, el sol surgía radiante detrás del horizonte. Antes de marcharme, busqué a la sirena por todas partes, pero no pude encontrarla. Con un inmenso pesar en mi corazón, monté en la barca y parta hacia alta mar. Llevaba unos minutos montado cuando de repente, ella surgió entre las aguas y se subió a la barca. Levaba una enorme caracola en su mano. Me la ofreció diciendo:

-“No quiero que te vayas, pero los tuyos te necesitan. Toma este obsequio, dentro va mi corazón. Cuando estés triste o preocupado, acerca tu oído, oirás una dulce melodía que te tranquilizará. Mi corazón siempre será tuyo y yo te esperaré hasta el fin de tus días. Cuando llegue ese momento, vendré a buscarte”.

Con lágrimas en sus ojos, volvió a sumergirse en el mar. No me dio tiempo a mediar palabra. Con tristeza, marché hacia el otro lado de la bahía, donde me esperábais todos, sintiendo una gran alegría al volverme a ver, ya que me dabais por muerto.

Nunca olvidé a la sirena. Meses después, tuve un sueño. El el sueño, la sirena había enfermado y morían poco después. Fue depositada dentro de una fortaleza de cristal, donde, misteriosamente, su cuerpo se mantenía intacto, como si algo sobrenatural la mantuviese incorrupta. Después la sirena abría sus ojos y me decía:

-“Te espero en la bahía”.

Pasaron los años y yo he seguido sin poder olvidarla.

Juan estaba emocionado, por un momento, creyò vivir la historia.

“¡Es algo increíble de creer! Todos sabemos que las sirenas no existen y nadie podría creer esta historia.


“Pero yo lo viví” –respondió el padre. “Yo quise mucho a tu madre, pero también a ella. Y deseo volver a verla”.

Dos días después, en una tarde de lluvia, el padre de Juan murió. Con él se fue, el marinero melancólico que paseaba en su barca con su pipa, pensativo. Tenía un secreto, el secreto de su historia.

Al día siguiente, Juan acudió a la bahía al amanecer, pero no pude ver la imagen de la sirena. Durante media hora, permaneció junto a la orilla, pero todo fue en vano. Triste, decidió dejar el lugar. Ya todo parecía haber acabado, cuando de repente, oyó un sonido melodioso y angelical. Observó el mar y pudo ver una barquita, con dos personas, Un apuesto marinero y una joven sirena. Eran ellos. La felicidad le inundó. Era cierto y posible. Existía la historia, existía la otra vida y todo lo que su padre le había contado. Por tanto, existía la esperanza.

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