domingo, 2 de junio de 2013

Verano 2013

En uno de sus magníficos cuentos Thomas Hardy dice que en 1840 el verano duró en Inglaterra apenas un suspiro. Lo tenía cronometrado: tres horas y veinticinco minutos. Yo también anoto, como él, las incidencias de nuestra primavera, las promesas de un verano que, dicen algunos interesados, no va a existir. Los comportamientos del clima son cíclicos, el cambio climático un hecho y es evidente que un atlántico es ese ser que sueña y siempre se sorprende de que llueva. Llovió ayer, lloverá mañana y, sin embargo, váyase donde se vaya no encontrará usted sino gente sorprendida por la lluvia. Es cierto que este año está cayendo la del pulpo y que las temperaturas no se animan. Exactamente como el año pasado. Exactamente a como será dentro de un año. Subjetivamente, el sol en Asturias solo sucede en la infancia de cada asturiano. Y si sale el sol este domingo, que eso espero, no se confundan: ese sol de ayer, ese solín tan grato, tiene gato encerrado. Está ahí para recordarnos lo que ya sabemos: hasta el 40 de mayo no te quites el sayo. Es un sol que propicia la confidencia: ¿recuerdas aquel verano -te dice- en el que un minuto se transformó en un lapso contable de la intensidad? Lo del cuarenta de mayo nos recuerda que las primaveras frías, aunque impertinentes, son normales por estas latitudes. Más al Norte, a pesar de lo que digan las interesadas agencias de información francesas, es aún el tiempo más destemplado; mas la noticia -falsa- de que no iba a haber verano que prestara nos cogió a todos tan de sopetón que nos la creímos. Un asturiano es un ser que cree que vive en un país donde siempre llueve. A veces llueve. A veces hace sol. A veces llueve y hace sol a la vez. Un día de sol en Asturias es una gota de Chanel número 5; un día de sol en Calabria puede ser muchas cosas (en un verso de Ungaretti, una lágrima del dios Pan; en la prosa de los días, un garrafón de colonia barata tan levemente fresca que quema la piel de la memoria). Los ánimos, sin embargo, están confundidos. Andamos cabreados, pues no podemos venir a Poniente a bañarnos tras la ardua tarea del día , y en cada ventanilla en vez de una sonrisa hay un ladrido que propiciamos con razón o sin ella. Temerosos de que nos hayan dado plaza definitiva para una película de Bergman, estamos dispuestos a confiar en nuestra mala suerte. Mi madre, que ama el Tostaderu de San Lorenzo con una fe que espantaría a cualquier dermatólogo, me preguntó compungida: -¿Tú crees que habrá verano?

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