jueves, 2 de abril de 2009

LA MUJER DE BLANCO

LA MUJER DE BLANCO


Camino a la estación, el taxi se detiene tras una innumerable hilera de vehículos que claman con su claxon impacientes. Mi nerviosismo se hace patente, voy con el tiempo justo. El taxista sale del coche para averiguar qué es lo que está ocurriendo y se acerca a un grupo de personas que conversan con aire de sorpresa, mientras un policía local examina a una mujer que yace en el suelo. Uno de ellos muy asustado comenta que esa mujer se abalanzó sobre su coche y no pudo frenar a tiempo. El coche de atrás colisionó con el suyo al frenar repentinamente.
La mujer recupera el conocimiento y se pone en pie, parece no tener más que unos rasguños. Observo su silueta blanca deslizarse entre los allí presentes. Mi nerviosismo va incrementando conforme van pasando los minutos. Voy a perder el tren.
Se reinicia de nuevo el tráfico y proseguimos el camino con aire acelerado.”No voy a llegar a tiempo” –pienso.-.Al llegar a la estación me dirijo precipitadamente hacia el andén. En ese momento, un tren parte, mientras en el audífono se anuncia la salida del tren que tenía que coger. Trato de correr tras el último vagón intentando apearme, pero es imposible. El tren se marcha y yo me paro, observando cómo se va, dejándome allí sin saber cuánto tiempo tendré que esperar hasta el próximo.
Me acerco para preguntar cuándo sale el próximo tren a mi Navarra querida y me comunican que hasta dentro de seis horas no llega el siguiente. Me siento sobre un banco apesadumbrada. No me atrevo a volver a la ciudad y correr el riesgo de encontrarme otra vez con problemas de tráfico para regresar a la estación, pero , la idea de quedarme allí seis horas hace que el tiempo se pare en segundos. Finalmente, me resigno a quedarme allí, sentada, intentando cerrar los ojos y descansar un poco. Es media noche y la estación se ha quedado casi desierta. No quiero pensar en nada para no tener miedo, sólo quiero que el tiempo pase rápido para marcharme de allí cuanto antes. Mi estancia en esa ciudad ha sido un rifirrafe de anécdotas que nadie creería y para remate final, me quedaba perder el tren..En el silencio de la noche, de repente, empiezo a oir un murmullo de voces y de llamadas telefónicas en las oficinas de la estación. Da la sensación de que algo está ocurriendo, me precipito hacia la ventanilla y pregunto qué es lo que pasa. Un muchacho con aire de preocupación me responde que dos trenes han colisionado, a unos treinta kilómetros. Uno era el que acababa de salir con destino a Pamplona. No se sabe con exactitud el número de muertos, también ha habido una gran cantidad de heridos de gravedad. Mi corazón da un vuelco. Se trata del tren que tenía que coger. Me quedo clavada en el suelo, tratando de dar un paso, pero no puedo. En mi mente, veo una nube negra llena de palomas blancas revoloteando enloquecidas. Me siento extraña.
Me dirijo hacia el asiento y cojo una botella de agua de mi bolso. Se me había quedado la boca como un zapato en cuestión de segundos. Tras beber, me clavo en el asiento y trato de no pensar nada. Sólo cierro los ojos y por un momento, bendigo mi mala suerte. Yo hubiera estado allí y no estaba. En un instante, siento una mano cálida posarse sobre mi brazo izquierdo. Abro mis ojos y veo una mujer vestida de blanco y sentada junto a mi, mirándome sonriente. Sus ojos son verdes como esmeraldas y su tez blanca y brillante me recuerda al rostro de un ángel. Con la sonrisa en sus labios, la mujer se levanta y sin dejar de mirarme la veo alejarse unos metros hasta que se desvanece entre la oscuridad. –“¡Dios mío!¡Esa silueta...! –me digo. -¡Era la mujer que atropellaron!-. En unos instantes, pienso y reflexiono. Su rostro...., sus ojos, su pelo.... no sé, creo que la conozco.....Se parece tanto a mi madre...

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